Enamorarse de Dios

P. Fernando Pascual

8-8-2024

 

La experiencia del enamoramiento absorbe a quien ama, lo introduce en un modo completamente maravilloso de pensar, de querer, de sentir.

 

Una convertida del siglo XX, que llegó a la Iglesia católica desde el comunismo, tiene unas hermosas e intensas reflexiones sobre el amor. Se llamaba Dorothy Day (1897-1980), y tras su conversión fue una importante activista social.

 

Las reflexiones de Dorothy están contenidas en una obra que se puede considerar su primera autobiografía, escrita casi siempre como una especie de larga carta dirigida a su hermano menor.

 

Al abordar el difícil tema del mal, Dorothy Day recurre al tema del amor humano, como un camino que sirve para comprender lo que significa amar a Dios y a los demás hasta el sufrimiento. He aquí parte de sus reflexiones:

 

“Cuando amas, te absorbe el pensamiento de la persona amada: está permanentemente presente en el trasfondo de tus pensamientos. Vives con más intensidad, sientes más apasionadamente. El sol brilla más; la belleza y el dolor son más profundos. Y, si amas a Dios de verdad e intensamente, no pensarás que ese amor es una tentación de la carne, sino que ese amor que se ha adueñado de ti se puede usar como una regla con la que medir y aumentar tu amor a Dios”.

 

El amor lleva, por lo tanto, a un modo más rico de existencia, en el que el enamorado está unido a quien ama. Sigue así el texto:

 

“Nunca dejas de ser consciente de la presencia en este mundo, a tu lado, de otro ser humano que está unido a ti de un modo extraño, en virtud de algún hechizo, de manera que la idea de él te obsesiona”.

 

¿Puede ocurrir algo parecido respecto a Dios? ¿Podemos enamorarnos de Él como nos enamoramos de otro ser humano? Dorothy lo explica así:

 

“Pero ¿y Dios? ¿Soy permanentemente consciente, en lo más hondo de mis pensamientos, de su presencia en mi vida? ¿Vivo como suele decirse la presencia de Dios? ¿Es Dios quien ennoblece cada tarea, quien da vida a mi trato con los demás, quien hace más intenso cada momento?”

 

No hay un verdadero enamorado de Dios si no se experimenta continuamente su presencia en las diferentes dimensiones de la propia vida. Sigamos con nuestra lectura:

 

“Cuando alguien está enamorado, no concibe no estarlo. Sin ese sentimiento esencial la vida parece apagada y gris. ¿Se puede concebir la vida sin Dios, separado de Él? Sí, el amor humano es una buena comparación, una buena vara de medir. Y estarás de acuerdo conmigo en que el deseo de sacrificarse nace del amor”.

 

Dorothy evoca aquí a dos anarquistas italianos condenados a muerte en Estados Unidos, Sacco y Vanzetti, acusados de un homicidio tras haber cometido un robo. En sus cartas de prisión se descubre un intenso amor a los hombres.

 

“Si el amor del hombre puede conducir a algo tan sublime, ¿qué será el amor de Dios? Piensa en cuántos hombres han muerto por amor a Él, sin resistirse, para compartir los sufrimientos de Cristo”.

 

Hay en el enamorado una disponibilidad completa a sufrir, incluso a morir, por el amado.

 

“Sí. El amor, el amor más grande (¿y quién quiere un amor mediocre?) trae consigo el deseo de sufrir. El amor a Dios puede ser tan arrollador que desea hacerlo todo por el Amado, soportar el hambre, el frío y el sueño en un éxtasis de fervor y entusiasmo”.

 

Enamorarse de Dios: es posible para todos. Porque hemos sido creados por Él y para Él, según el famoso texto de san Agustín. Porque no podemos contentarnos con lo pequeño y efímero. Porque, como sabían Dorothy Day y tantos hombres y mujeres de todos los tiempos, lo único que vale la pena es acoger el Amor de Dios y, desde ese amor, entregarnos al servicio continuo de nuestros hermanos...

 

(Los textos aquí reproducidos se encuentran en esta obra: Dorothy Day, Mi conversión. De Union Square a Roma, Rialp, Madrid 2014).