Una dignidad que nos viene de
Dios
P. Fernando Pascual
13-7-2024
La dignidad humana se funda en
nuestra relación con Dios. Hemos sido creados a su imagen y semejanza, y hemos
sido redimidos por Cristo. De ahí se desprende que en cada ser humano brilla
siempre algo que tiene un origen divino.
La declaración “Dignitas
infinita”, publicada por el Dicasterio para la doctrina de la fe el 2 de abril
de 2024, hace evidente este origen divino de nuestra dignidad desde su
introducción (n. 1), y en la primera sección (nn.
11-13).
Esa dignidad, que arranca de
la misma condición humana, se aplica en todos, “por ejemplo, en un niño no
nacido, en una persona inconsciente, en un anciano en agonía” (n. 9).
“Dignitas infinita”, después
de la parte introductoria, se divide en 4 secciones. La primera presenta el
camino que ha seguido la humanidad para tomar conciencia de la dignidad que es
igual en cada uno. La segunda explica cómo la Iglesia anuncia y promueve la
dignidad humana. La tercera evidencia cómo la dignidad humana está a la base de
todo derecho humano. Y la última, la cuarta, presenta diversos atentados y
peligros que van contra la dignidad humana.
Un punto clave para comprender
la dignidad humana se encuentra en el n. 15, de la primera sección. En ese
número podemos leer lo siguiente:
“Para aclarar aún más el
concepto de dignidad, es importante señalar que la dignidad no es concedida a
la persona por otros seres humanos, sobre la base de determinados dones y
cualidades, de modo que podría ser eventualmente retirada. Si la dignidad le fuese
concedida a la persona por otros seres humanos, entonces se daría de manera
condicional y alienable, y el significado mismo de la dignidad (por muy digno
de gran respeto que sea) quedaría expuesto al riesgo de ser abolido. En
realidad, la dignidad es intrínseca a la persona, no conferida a posteriori,
previa a todo reconocimiento y no puede perderse. Por consiguiente, todos los
seres humanos poseen la misma e intrínseca dignidad, independientemente del
hecho de que sean o no capaces de expresarla adecuadamente”.
Reconocer que la dignidad es
algo que pertenece a cada uno y que no depende (ni se adquiere ni se pierde) de
lo que piensen o digan los demás, solo resulta posible desde una perspectiva de
tipo ontológico, en la que tal dignidad tenga un fundamento estable e
inamovible. A esa perspectiva (o fundamento) se alude en varios momentos del
documento, por ejemplo en los números 8, 9, 13, 22, 24.
A la luz de una visión que
declare la dignidad intrínseca, ontológicamente fundada en la relación que une
a cada ser humano con su Creador, se comprende el deber de ayudar al otro en
cualquier situación de vulnerabilidad, y la condena a los diferentes atentados
que vayan contra esa dignidad, como se expone a lo largo de la sección cuarta.
En aquellos ámbitos culturales
en los que se pierde el horizonte ontológico (metafísico) y se olvida la
relación que existe entre el hombre y Dios, se abre la posibilidad de herir al
otro en su dignidad. Al revés, cuando se avanza hacia una correcta fundamentación
ontológica de la dignidad humana, desde el reconocimiento de nuestra relación
intrínseca con Dios, tiene sentido todo esfuerzo orientado a tutelar y defender
a cada uno, desde su concepción hasta el momento de su muerte.