La dignidad de los embriones
congelados
P. Fernando Pascual
16-5-2024
Cientos de miles de embriones
humanos congelados están a merced de las decisiones de quienes tienen casi todo
el “poder” sobre ellos.
Esos embriones pueden ser
descongelados en vistas a continuar su desarrollo en el seno de sus madres
biológicas.
O pueden ser abandonados,
cuando quienes los produjeron ya no muestran ningún interés por ellos.
O pueden entrar en el mercado
de compra y venta de embriones, para quienes deseen adquirirlos y así intentar
tener un hijo.
O pueden ser destruidos, para
dejar su puesto a otros y ahorrar costos de congelación.
O pueden ser usados (dicen que
“cedidos”) por investigadores, que los tratarán como material biológico “de
interés” para luego destruirlos.
Esos cientos de miles de
embriones humanos congelados, sin embargo, tienen una dignidad intrínseca, por
el simple hecho de pertenecer a nuestra especie.
Esa dignidad ha sido violada
cuando fueron “producidos” como “sobrantes” en vistas a eventuales nuevos
ciclos de fertilidad o para otros usos.
Esa dignidad ha sido violada
cuando no se les ofreció la oportunidad de desarrollarse en el seno de sus
madres.
Esa dignidad ha sido violada
cuando fueron congelados arbitrariamente, porque algunos adultos pensaron que
podrían ser útiles en el futuro.
El mundo moderno no puede
ignorar la injusticia que se ha cometido con esos embriones congelados, que
merecen ser reconocidos en su dignidad.
Por eso, resulta urgente poner
en discusión todas aquellas técnicas de reproducción asistida que tratan a los
embriones humanos como objetos de producción, como ya había señalado en 1987 un
documento vaticano titulado “Donum vitae”.
Toda técnica que use a seres
humanos como productos atenta directamente a la dignidad de esos seres humanos
en su fase inicial de existencia, y debe ser prohibida por respeto a esa
dignidad.
Igualmente, frente a los miles
de embriones humanos congelados, hace falta buscar soluciones que respeten su
dignidad.
Entre esas soluciones hay que
excluir cualquier destrucción arbitraria, cualquier “mercantilización” de los
mismos (venderlos como si fueran objetos), cualquier uso en experimentos que
luego los destruyan.
Buscar modos concretos para
respetar la vida de esos embriones congelados resulta urgente, porque su
dignidad exige que sean reconocidos y tratados como miembros de la gran familia
humana, merecedores de respeto y de protección.