Programas de autoayuda y
salvación cristiana
P. Fernando Pascual
30-5-2024
Existen numerosos libros,
audios, programas televisivos, consultores, que ofrecen consejos para mejorar
en familia o en el trabajo, para superar cansancios dañinos, para recuperar el
optimismo y las ganas de vivir.
Las propuestas son muy
variadas y apuntan a diferentes ámbitos: el sueño, la comida, la actividad
física, las relaciones con otros, el modo de sentarse, lo que leemos, lo que
hablamos, lo que sentimos ante hechos externos.
Por tomar algunos ejemplos
entre los muchísimos que existen, reproducimos (en forma resumida) varios que
se encuentran en un libro reciente.
Antes de acostarte, lee un
poco. Canta y baila contigo. Tómate tiempo para hacer un buen desayuno. Entrena
constantemente tu cuerpo. Levántate temprano y disfruta los colores del
amanecer.
En general, estos programas
suponen dos cosas: necesitamos mejorar, y todos podemos poner en práctica
acciones concretas para lograrlo.
Luego, añaden ideas que
provienen de diferentes corrientes filosóficas, de intelectuales ingeniosos, de
buenos literatos, de psicólogos de fama, de empresarios que triunfan, de “influencers” que están en la boca de muchos.
Si los consejos provienen de
varias fuentes, puede llegarse a una mezcla no siempre bien armonizada, o
incluso a un extraño coctel que podría llegar a contradicciones dañinas.
En las listas de consejos que
se ofrecen, algunos son de sentido común, otros pertenecen a la sabiduría
popular, otros abren panoramas nuevos y permiten explorar acciones de las que
esperamos mejoras importantes.
Frente al amplio panorama de
programas de autoayuda o autosuperación, surge una pregunta: ¿son compatibles
con la propuesta cristiana? Es decir, ¿tienen cabida en quien cree en Cristo y
pertenece a la Iglesia católica?
La respuesta no puede ser
genérica, pues hay consejos que son claramente válidos, mientras que otros
pueden resultar problemáticos. Por eso, antes de acoger un nuevo consejo, es
oportuno preguntarnos sobre su bondad y sobre si encaja con nuestra fe.
En este tema, hay un punto de
fondo que conviene tener presente: a veces las propuestas de autoayuda dejan a
un lado una verdad central del cristianismo: solo Cristo salva.
Ello ocurre cuando un libro o
un autor que lanza una serie de consejos para mejorar la propia vida, supone
explícita o implícitamente que todo se puede arreglar con un cambio de
actitudes, de pensamientos y de acciones.
Suponer lo anterior implica
una cierta visión que ha sido llamada “pelagiana”. En esa visión, las mejoras
dependen fundamentalmente de uno mismo, y Cristo no tendría un gran valor para
la propia vida.
Por lo mismo, hay que evitar,
a la hora de emprender lecturas o escuchar conferencias para mejorar la propia
vida, actitudes de un optimismo exagerado en el que lleguemos a pensar que todo
depende de nosotros, y que Dios casi no tiene relevancia en la propia vida.
Evitar este tipo de actitudes
no significa rechazar ideas buenas que, de verdad, nos llevan a mejoras en los
modos de comer, de trabajar, de organizar el propio tiempo.
Lo importante es reconocer que
ningún método, por más bueno que sea, resulta suficiente para curar las heridas
más profundas del corazón humana, sobre todo las que conocemos bajo la palabra “pecado”.
Solo Cristo perdona el pecado.
Solo Cristo da la vida eterna. Solo Cristo permite la auténtica y definitiva
mejora de los corazones, que consiste en romper con el propio egoísmo para
luego acoger un Amor que salva y que nos impulsa a amar a Dios y a los hermanos.