Una oración de los monjes del desierto

P. Fernando Pascual

24-5-2024

 

Entre las muchas oraciones de los primeros cristianos, hay una que expresa acción de gracias, alabanza, y una total confianza en Dios.

 

Esa oración se rezaba en un monasterio al final de las cenas, y nos ha llegado gracias a una homilía de san Juan Crisóstomo. La oración dice así:

 

“Bendito sea Dios, que me alimenta desde mi juventud, que da alimento a toda carne. Llena de alegría y de júbilo nuestros corazones, a fin de que, teniendo en todo momento lo suficiente, abundemos en toda obra buena en Cristo Jesús, Señor nuestro, con el cual sea a ti la gloria, el honor y el poder juntamente con el Espíritu Santo por los siglos. Amén.

Gloria a ti, Señor; gloria a ti, Santo; gloria a ti, Rey, porque nos has dado alimentos para nuestra alegría.

Llénanos del Espíritu Santo, a fin de que seamos hallados gratos en tu presencia y no seamos confundidos cuando des a cada uno según sus obras”.

 

San Juan Crisóstomo comenta en sus diferentes detalles esta bella oración, en la que brilla una nota sorprendente: la alegría.

 

Esa alegría, al llenar los corazones, permite lanzarnos a vivir santamente, a abundar “en toda obra buena en Cristo Jesús”.

 

Esa alegría nos lleva a alabar a Dios, a glorificarlo, a agradecer tantos dones que ofrece “desde mi juventud”.

 

La oración pide el don del Espíritu Santo, de forma que podamos ser “hallados gratos en tu presencia y no seamos confundidos cuando des a cada uno según sus obras”.

 

Dios nos da comida, nos da aire, nos da agua. Sobre todo, Dios nos da el don del Amor, su Espíritu, que nos permite creer y vivir con esperanza.

 

La oración de aquellos monjes del desierto nos muestra cómo podemos también hoy alabar a Dios y pedirle esa ayuda que tanto necesitamos para vivir según el Evangelio.

 

Así lo explicaba, en su comentario, san Juan Crisóstomo: “pongamos ahora delante ese himno maravilloso de los monjes, despleguémoslo enteramente, veamos los provechos que podemos sacar de él, y cantémoslo continuamente nosotros en nuestra mesa, a fin de reprimir así los excesos de la gula e introducir en nuestras casas las leyes y costumbres de aquellos ángeles”.

 

(Esta oración fue explicada por san Juan Crisóstomo en la Homilía 55, de sus Homilías sobre el Evangelio de San Mateo).