Aprender a juzgarme a mí mismo
P. Fernando Pascual
16-4-2024
Juzgamos con frecuencia a los
demás: al familiar molesto, al vecino ruidoso, al compañero que inventa
enfermedades para no trabajar, a los políticos deshonestos...
De vez en cuando necesitaríamos
dirigir la mirada a nosotros mismos, para ver si no tenemos acciones en las que
fallamos contra Dios y contra el prójimo.
En una de sus homilías sobre
el Evangelio según san Mateo, san Juan Crisóstomo propuso precisamente poner en
marcha un tribunal interior para juzgarnos a nosotros mismos.
“Pero ¿es que a todo trance
quieres juicio? ¡Muy bien! Ahí tienes un tribunal, muy provechoso y sin culpa
alguna. Sienta a tu razón como juez en el tribunal de tu conciencia y haz que
vayan pasando por delante todos tus pecados”.
¿Cómo emprender este juicio a
mí mismo? El santo enseñaba un método muy sencillo:
“Examina los pecados de tu
alma y pídele cuenta con todo rigor y dile: ¿Por qué has cometido este y este
pecado? Pero si trata de evadirse y se pone a mirar los de los demás, dile tú
entonces: No te juzgo sobre lo de los demás, no has entrado aquí para defenderte
de eso. ¿Qué te importa a ti que Fulano sea malo?”
Hay que ir a fondo. Así sigue
el texto que invita a un buen examen de la propia alma:
“Tú, tú, ¿por qué cometiste
este o el otro pecado? Defiéndete y no acuses. Mírate a ti misma y no a los
demás. Y a esta angustia la has de someter continuamente”.
San Juan Crisóstomo insistía
en la importancia de hacer trabajar a este tribunal cada día, según una hermosa
costumbre que conocemos como examen de conciencia. Así lo explicaba nuestro
Autor:
“Cada día ha de celebrar
sesión este tribunal, y allí has de describir a tu alma el río de fuego, el
gusano venenoso y todos los otros suplicios. Y no le consientas ya poner más
por excusa al diablo ni le dejes que te replique impudentemente diciendo: él es
el que viene a mí y me tiende sus asechanzas y me tienta. Contéstale tú
entonces: Si tú no quieres, todo eso es completamente vano”.
El esfuerzo por este examen
exige soledad, lo cual implica escoger un momento adecuado y un lugar
tranquilo. Por ejemplo, antes de ir a descansar:
“Cuando te levantas de la mesa
y te retiras a descansar, entonces has de celebrar el juicio; ése es el tiempo
más a propósito. El lugar será tu lecho y tu cámara”.
El juicio ha de bajar a los
detalles, incluso a las cosas pequeñas, “pues de este modo estarás más lejos de
cometer las grandes. Si esto hicieres diariamente, ¡con cuánta confianza te
presentarás ante el otro terrible tribunal!”
Necesito aprender a juzgarme a
mí mismo. De este modo, tomaré conciencia de mis defectos, aprenderé a pedir
ayuda y misericordia a Dios, y tendré una actitud más comprensiva y cercana
ante los defectos de mis hermanos...
(Los textos aquí reproducidos
proceden de esta obra: San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de
san Mateo, Homilía 42, traducción de Daniel Ruiz Bueno).