Si yo fuera el juez...
P. Fernando Pascual
10-4-2024
San Doroteo de Gaza, al
explicar por qué no debemos juzgar al prójimo, recordaba una famosa anécdota de
los padres del desierto.
Un anciano supo que un hermano
había cometido el pecado de la fornicación. El anciano, escandalizado, exclamó:
“¡Oh! ¡Qué mal ha cometido!”
Poco tiempo después se
apareció un ángel a ese anciano. Llevaba consigo el alma del hermano que había
cometido aquel pecado, y dijo:
“Aquel que juzgaste ha muerto.
¿Dónde quieres que lo conduzca: al reino o al suplicio?”
En otras palabras, según
explicaba san Doroteo, el ángel estaba preguntando: “Puesto que eres tú el juez
de justos y pecadores, dame tus órdenes con respecto a esta pobre alma. ¿La
perdonas? ¿Quieres castigarla?”
Es una pregunta tremenda, que
podemos hacer en primera persona: si yo fuera juez, y Dios me preguntase si un
difunto, quizá famoso por algunos grandes pecados, tenía que ir al infierno o
ser salvado, ¿qué respondería?
Una pregunta así implica una
responsabilidad terrible: Dios me pregunta si quiero la vida eterna o el
castigo eterno para otro ser humano, débil y pecador como yo...
Surge, entonces, la pregunta:
si yo fuera el juez en el día del juicio final, ¿qué sentencia pronunciaría
sobre ese familiar que dividió a la familia, sobre ese jefe de trabajo que
arruinó a un amigo, sobre ese político que llevó al hambre a miles de personas?
San Doroteo de Gaza completa
la historia del anciano que había juzgado a su hermano pecador con esta
invitación que le habría dirigido el ángel: “Así Dios te ha mostrado cuán grave
es el juzgar, no lo hagas más”.
Dios, el verdadero Juez, que
es compasivo y misericordioso, nos invita a no juzgar a nuestros hermanos, por
un motivo muy claro que leemos en el Evangelio:
“No juzguéis y no seréis
juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados.
Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el
halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá” (Lc 6,37‑38).
Si yo fuera el juez... Mejor,
Dios mío, te pido la gracia de no juzgar a mis hermanos, sino de aprender a
mirar a cada uno como tú me miras: con una misericordia sin límites...